Cruzaba en diagonal la Plaza Colón, era tarde en la noche y el viento frío que siempre sopla cerca del mar lo acompañaba tempestuoso. Llevaba las manos en los bolsillos, la frente paralela al piso y reptaba con sus pies sobre las desordenadas y ruidosas piedritas que, complotadas en gran desorden, hacían las veces de largo camino. Su cabeza venía discutiendo, consigo misma, la esencia y la definición exacta del arte…cuando de pronto vio una hermosa mujer sentada sobre el pasto verde, con la espalda apoyada sobre la piedra pedestal de un monumento en el que nadie, hacía años, volcaba su atención.
Estaba vestida con una única y larga tela blanca que comenzaba a vestirla después de los hombros, la sujetaba con fuerza de su delgada cintura y terminaba por abandonarla poco antes de sus delicados tobillos. De tez trigueña, una corta y alborotada cabellera castaña le cubría sus orejas, le descubría su cuello y se apoyaba a descansar, siendo flequillo, sobre sus achinados ojos del color del infinito...que goteaban misteriosas filtraciones del pasado, perdidos en el inexacto pero perfecto horizonte del mar.
Luis se detuvo a mirarla y al descubrir que lloraba quiso acercarse. Dio un paso, dos pasos, tres pasos y no caminó más...su falta de coraje y su razonar cada impulso, sumado a aquella vieja frase “no hay comedido que salga bien”, lo hicieron volver a andar aquel ruidoso camino. Dio un paso, dos pasos, tres pasos y no caminó más...porfiado como era no podía permitirse hacerse caso tan fácilmente…y comenzó a acercarse…
La violó reiteradas veces…
…susurrando groserías, acariciándola a los golpes…
…tironeando de sus pelos y sin llamarla por su nombre…
La violó reiteradas veces…
…hasta enamorarse y quedarse dormido.
Estaba tan cansada del amor…
…el diario dijo que el hombre murió a la séptima puñalada, que las restantes doscientas treinta y cuatro fueron sólo decorativas…
Jeró...
...somos nada y valemos mucho...
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